Capítulo:
29
Se
encuentra en una habitación lúgubre y fría donde respira, con dificultad, la
humedad concentrada en el aire. Le pesan los párpados. Le cuesta mantenerse
despierta. Nota un ligero sabor a sangre en su boca, pasa la lengua por su
labio inferior en busca de alguna herida reciente. Sus labios están secos y
agrietados, como si una gran sequía se hubiese adueñado de la piel carnosa de
éstos. Su lengua se topa con un corte del que emana la sangre adentrándose en
su boca. Intenta alzar la mano para tocarla pero algo se lo impide. Paula gira
de forma brusca su cuello y guía sus ojos a sus muñecas. Una gruesa cuerda la
mantiene atada, inmóvil en una silla de madera vieja. Paula jadea intentando
zafarse de la soga en sus manos, pero es inútil.
-¡Socorro!-
aúlla hasta el punto que su garganta le duele- ¡Socorro!
El grave
eco de sus gritos retumba en las paredes metálicas de aquel extraño y
desconocido lugar.
-No te
molestes,- dice una familiar voz cerca de ella- nadie puede oírte.
Paula
siente el aliento de Cristian cerca de su oreja un escalofrío le recorre la
espalda. El chico camina hasta situarse delante de ella. Sus ojos azules ahora son
más oscuros que nunca, a Paula incluso le cuesta diferenciar el contorno que
marca la diferencia entre la pupila y el iris.
-¡Suéltame!
¡Déjame salir de aquí!- chilla.
Cristian
suelta una carcajada desde lo más profundo de su garganta y se hace a un lado,
dejando a la vista de Paula varios cuerpos esparcidos por el suelo. Ninguno de
ellos logra moverse, nunca más lo harán. Paula reconoce a cada uno de ellos.
Logra distinguir el cabello rubio de Andrea manchado de sangre y sus ojos
abiertos ya sin vida. A su lado, Guille y Raquel, ambos con hematomas en los
brazos y su cuello manchado de rojo. Marcos y Verónica se encuentran en la
misma situación… Sus amigos…todos ellos…muertos…
-¡¡Cómo
has podido!!- chilla con fuerza Paula esperando que, con el estruendo de su
voz, sea capaz de despertarles de nuevo. Devolverles a la vida. Cierra los ojos
con fuerza y amargas lágrimas corren por su rostro, sin impedimento alguno. Lo
que se podía impedir ya no tiene solución…
-¿Ves lo
que les ha ocurrido a tus amigos Paula? ¿Ves las consecuencias que tendrán
lugar si no haces todo lo que te digo?- escucha la voz malévola de Cristian- ¿Y
sabes quién será el siguiente?
Asustada,
Paula abre los ojos y levanta la vista. No…él no…
Un simple
parpadeo y, el chico con el que tantas veces ha soñado, con quien ha compartido
momentos que ahora ve como se derriban sin poner resistencia, se desploma sobre
el suelo. Sin vida. Paula se mueve en la silla con brusquedad mientras grita su
nombre con todas sus fuerzas.
-¡¡Dani!!
Un grito
ahogado hace que, con un movimiento instantáneo, Paula se despierte y se
incorpore sobre su cama. Escucha como su respiración es agitada, jadeante como
en aquel horrible sueño. Esa pesadilla…parecía tan real…pero es imposible,
conoce a Cristian y sabe que no sería tan rastrero, con tan poco corazón como
pare convertirse en un asesino. Ella tiene la esperanza de que no sea así.
Paula se
lleva una mano a la frente intentando calmarse. Siente como el mismo sudor frío
de su pesadilla corre por su espalda y cuello en la realidad. La imagen de
todos y cada uno de sus amigos tirando en el suelo, inmóviles, sin que les
quedase ni un solo segunda de vida. Como Dani se desplomaba sin resistencia
alguna…como sus ojos le miraron por última vez y, en milésimas de segundo, se
apagaron.
La joven
siente la boca seca y decide caminar hacia la cocina no sin antes asegurarse de
qué hora es. Alarga su mano hasta alcanzar el despertador y lo observa con los
ojos entrecerrados. Todavía son las cuatro de la mañana. Sale de la cama y camina
de puntillas por el pasillo, temiendo despertar a sus padres. Entra en la
cocina y abre uno de los armarios llevándose consigo un vaso de cristal. Saca
la fría botella de agua de la nevera y vierte un poco del líquido en el vaso.
De un solo trago, se lo bebe y respira con mucha más tranquilidad e intenta
convencerse a sí misma de que todo ha sido una angustiosa pesadilla. Un mal
sueño que, está segura, de que no puede llevarse a cabo. Cristian puede haberse
convertido en una persona cruel y sin escrúpulos, pero no sería capaz de acabar
con la vida de todos aquellos que fueron sus amigos en su tiempo. Provocó una
muerte, pero no volvería a hacerlo de nuevo. Paula lo sabe.
Se dirige
de nuevo hacia su dormitorio, aún sabiendo que le resultará complicado
conciliar de nuevo el sueño. Sin encender la luz del cuarto, camina hacia su
cama tropezándose con uno de los cajones de su escritorio y, el cual, se
termina abriendo. Paula se lleva una mano a la espinilla donde ha recibido el
golpe del cajón al abrirse. Pronto se olvida de su dolor en la pierna cuando
observa un pequeño cuaderno que le resulta muy familiar, una parte de ella que
decidió abandonar. Su diario dedicado a Inés. Paula lo recoge del suelo pasa la
yema de sus dedos por la portada y el lomo. Hace varios meses, decidió
guardarlo en aquel cajón y no escribir más en él. Dejar de contarle su día a
día a Inés le resultó una buena idea ya que, la joven muchacha de catorce años
que cayó a la piscina aquel día de verano, siempre tendrá su hueco en la vida
de Paula. Un sitio que permanecerá siempre ahí, sin la necesidad de obligarse a
escribirle todos los días. En todo lo que Paula vive, allí está Inés. Siempre.
No obstante, se acerca a su ventana con el diario, abierto en cualquiera de sus
páginas escritas, entre sus manos. Gracias a la poca pero clara luz que
traspasa los cristales consigue leer alguna de las líneas que, en su tiempo,
escribía para su amiga. Aunque ya no emplee ese diario, no se deshará de él.
Un fuerte
frenazo de coche procedente de la calle le impide seguir a Paula con su
lectura. Curiosa, deposita el cuaderno a un lado de la mesa del escritorio y
abre la ventana de par en par. La joven apoya sus manos en el alféizar y asoma
la cabeza. La calle está desierta si ni fuera por un brillante coche de color
azul oscuro aparcado de mala forma delante de la puerta de su edificio. El
conductor sale del vehículo a regañadientes y con cara de pocos amigos. Paula
intuye que no tenía intención de aparcar su coche, que algo le ha hecho verse
obligado. “Tal vez se haya quedado sin gasolina” piensa ella. Una palabra malsonante
sale de la boca del muchacho que conducía el coche, quien pega su espalda en el
lateral del vehículo, justo donde Paula puede ver prácticamente su rostro. Se
sorprende al ver que Cristian mira hacia un lado, al otro y hasta levanta su
cabeza hacia el cielo, sin lograr ver a Paula en su ventana. Observa cómo, tras
darle un golpe al capó, Cristian se adentra de nuevo en el vehículo azul y
enciende su motor. Por lo visto, Paula estaba equivocada… Con varias maniobras,
conduce hacia el final de la calle y la joven logra memorizar la matrícula del
vehículo la cual, finalmente, apunta en las últimas hojas del diario. Siempre
ha sido una chica precavida, quién sabe si aquella combinación de números y
letras le sería útil en algún momento.
Recogiendo
el cuaderno de su escritorio, agarra un bolígrafo azul y se sienta sobre la
cama encogiendo las rodillas a la altura de su pecho, dejando un espacio para
colocar su diario y escribir en él como antes lo hacía con normalidad:
Inés,
soy yo otra vez. Paula. He vuelto a abrir esta diario tras mucho tiempo, y tú
sabes que no le haría de nuevo si no fuese por algo de real importancia. Han
pasado muchas cosas, ¿sabes? Cosas que, hasta a mí, me cuesta asimilar a estas
alturas… pero he tomado una decisión y, aunque no entiendas nada, es una
decisión que puede repercutir en varias personas…difícil…Y necesito
contárselo todo a alguien. Así que, Inés, escucha atentamente…
No hay comentarios:
Publicar un comentario