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miércoles, 17 de diciembre de 2014

Dime que no me quieres. Epílogo.

Epílogo.

Amnesia selectiva. Esas son las dos palabras que no dejan de repetirse en mi cabeza una y otra vez. Amnesia selectiva. Su propio nombre lo dice todo. Aunque no quieras, aunque tú no lo escojas, olvidas. Tu mente se deshace a su antojo de lo que ella quiere. Ha sido así como la amnesia selectiva me ha borrado de la vida de Paula.
Ahora, sentado en la silla de mi escritorio, rememoro como hace exactamente un mes, Paula me miró con aquella mirada perdida y desconcertante y pronuncio las palabras que hoy en día me quitan el sueño: ¿Quién eres?
Abatido, me desplazo a un lado todavía sentado sobre mi silla y presiono el botón de imprimir de la impresora negra a juego con el monitor del ordenador. Por fin he decidido probar suerte y mandar mi propia historia a un concurso. Claramente tengo muchas papeletas a mi favor de perder, pero quién sabe, tal vez exista una posibilidad entre un millón de que yo pueda ganar. Observo el número de páginas que indica que van a imprimirse, tardará un poco en estar lista en papel toda la historia.
No he dejado de pensar en alguna forma, la que sea, para hacerle recordar a Paula. Rememorarle por mis propios medios quien soy, quien fui, lo que vivimos… Pero nada, en todo un mes no he llegado a ninguna idea fija a la que agarrarme. Todo lo que ahora me queda de ella son recuerdos y para mí no son suficiente. La necesito como nunca antes me podría haber llegado a imaginar. Trato de recordar la sensación que sus besos me provocan, el tacto de su piel contra las palmas de mis manos, el dulce y tímido tono de su voz y ese brillo que desprenden sus ojos cada vez que sus mejillas se tornan de un color rosado tan característico de ella. Todo aquello permanece tan vivo en mi mente…como si nada de esto hubiese pasado, como si Paula estuviese, ahora mismo, junto a mí. La echo de menos. Muchísimo. Ya nada me distrae, todo lo que me rodea me recuerda a ella. Las múltiples fotos de meses anteriores, incluso las distintas páginas de los libros que narran esas historias que ella tanto ansiaba leer y...un momento… ¡eso es! ¡Cómo no me he dado cuenta antes! ¡He tenido la solución perfecta delante de mi todo este tiempo! Debo darme prisa…
Una hora más tarde…
Un agudo y molesto pitido llega a mis oídos cuando presiono el timbre de la casa. Realmente, puedo decir que nunca antes había estado tan nervioso como ahora y tengo los motivos suficientes como para justificar mis nervios. En escasos segundos, la chica de la que estoy enamorado hasta las trancas va a abrir esa puerta y tengo millones de papeletas que indiquen que ella no me recuerde, ni siquiera recuerde mi reacción en el hospital el día que despertó del coma. Tengo prácticamente el cien por cien de posibilidades de estar perdiendo el tiempo ahora mismo, pero ni siquiera eso va a hacer que vuelva por mis propios pasos. Es ahora o nunca. Un leve crujido me indica que la puerta de la casa se abre. Una joven de pelo castaño y mirada incrédula asome tras la puerta. Paula, su Paula. “Recuérdame, recuérdame por favor…” pienso. Tras unos instantes nadie dice nada, pero algo hace que la muchacha muestre una amplia sonrisa. “Recuérdame, recuérdame…”
-¡Hola!- saluda ella haciendo un gesto con la mano- ¡Te recuerdo! Tú eres el chico de que estaba en el hospital, ¿no es así? Da…
-Daniel.- termino su frase.
-¡Sí! He estado hablando con los chicos estos días, me han ayudado a intentar recordar…y, bueno me han hablado mucho de ti y de que éramos muy buenos amigos, pero quería preguntarte si…bueno, tu y yo…
-Sí.- vuelvo a terminar su frase- De hecho, no hemos dejado de serlo. Después de que tu despertases en el hospital aquel día preferí no presionarte con tu vida pasada…me mantuve al margen de todo hasta que te recuperases. Por eso mismo estoy aquí hoy.- explico mientras busco en el bolsillo de mis vaqueros la última esperanza que me queda para hacerle recordar a Paula todo lo que significamos el uno para el otro, todo lo que sentimos y vivimos. Le tiendo una pequeña bolsa de papel.- Ábrela cuando estés sola, no hay prisa pero por favor intenta recordarme.
Despacio, doy un par de pasos, los que me separan de ella y dejo un suave beso en su mejilla. Ambos nos despedimos el uno del otro y observo como la joven permanece entre el marco de la puerta de entrada, desplegando un pequeño cuarto de folio en el que aparece escrito:
Es una pequeña historia, pero es nuestra. Solo nuestra.

Deprisa, veo como Paula cierra la puerta de la casa con ella dentro. Estoy seguro de que, sin demora, ha querido averiguar lo que contiene ese pendrive. Encontrará una historia, una pequeña historia que, como ya había adelantado en aquella nota, es solo nuestra. Y, como toda historia, debe tener un título, protagonistas principales y, sobre todo, un prinipio que te enganche y te haga querer saber más y más. Como no, esta historia no iba a ser menos. Su título era “Gracias por hacerme feliz”. Los protagonistas…están claros, ¿no? Y un principio del que cada día estoy más seguro de su certeza, una frase que dice así: “Todavía lo recuerdo, fue la mejor experiencia de mi vida; enamorarme de ella…”