Capítulo: 45
Ha escrito y borrado tantas veces el mensaje que ya ni siquiera está
seguro de si es buena idea mandárselo. Solo serviría para hacerla sufrir el
doble de lo que ya lo va a hacer. La ha visualizado varias veces en su mente,
cómo sería la escena. Las lágrimas surcarían veloces so rostro llevándose
consigo su maquillaje que le resalta el azul de sus ojos y su felicidad. Sus
labios temblarían al mirarle a la cara… Y, lo peor de todo es que, él es el
culpable. La va a abandonar sin luchar, sin continuar la batalla por ella. Cada
segundo que pasa se siente más lejos de Andrea y, es consciente de que, en
pocos días, lo estará.
No puede llamarla, Guillermo tiene que hablar con Andrea cara a cara. Es
lo mínimo que puede hacer.
Siente que la ha fallado. Ha empezado a no creer en los para siempre. A
saber que no todas las historias tienen un buen final. Un final feliz.
Su padre ha llamado varias veces a la puerta de su dormitorio. Ha echado
el pestillo de la habitación para que nadie le moleste. Guille no sabe que
pensar, ni como actuar. Andrea es quien le da sentido a todo su mundo. Esa luz
que le ilumina hasta en la más densa oscuridad.
Tiene que verla, acabar con todo este dolor cuanto antes.
Se cubre su camiseta con una sudadera gruesa de color azul marino y un
gorro de lana negro que le resguarda la nuca.
Abre la puerta, desbloqueando el pestillo y la atraviesa. Su padre ya no
está detrás, seguramente esté abajo con su madre. Su madre. Ella es la culpable
de todo.
Baja las escaleras a toda velocidad y, efectivamente, sus padres están
sentados en dos de los sillones del salón. Guille le lanza una mirada llena de
odio a su madre.
Son tantas las cosas que ahora le diría. Pero es mejor no agrandar más
el daño que ya está hecho. Guille camina hacia la puerta dispuesto a abrirla
sin despedirse de nadie.
-¿Dónde te crees que vas?- le pregunta su madre fría como un témpano de
hielo.
-A intentar arreglar lo que mi madre ha estropeado.
-¡Te prohíbo que vayas a verla!
Guille no hace caso de su advertencia y cierra la puerta de un portazo
sonoro.
La casa de Andrea está a media hora de la de Guille, será mejor que vaya
hasta allí en autobús. No puede perder el tiempo.
A lo lejos ve como el vehículo se aproxima a la parada. ¡No puede
perderlo! A la carrera, consigue alcanzar al autobús y subir. Al final del
transporte divisa un asiento libre. Guille camina por el estrecho pasillo hasta
llegar al asiento. Está junto a la ventanilla. Por un momento, guía su vista al
frente y ve como un grupo de chicas, de unos trece años cada una, cuchichean de
él. Un de ellas le mira y ríe, susurrándole algo a las demás que Guille no es
capaz de entender. Hablan tan bajo que el chico no consigue escucharlas, pero
sabe de sobras que él es su tema de conversación. Aparta la vista del grupo y
mira por la ventana aunque, de reojo, observa como una chica rubia del grupo le
guiña un ojo mientras se muerde el labio. Guille hace una mueca y niega con la
cabeza, chafando todas las ilusiones de la joven. No tiene tiempo para
estupideces de crías. Su cabeza solo está centrada en una única cosa; Andrea.
La próxima parada es la suya. Rápidamente, baja del autobús evitando
escuchar nuevos cuchicheos del grupo de las adolescentes.
Cuanto más se acerca a la casa de Andrea, se le forma un mayor nudo en
la garganta. Va a dañar a la persona que más quiere. Con quien ha compartido
sus últimas horas, las mejores que ha pasado en mucho tiempo.
La puerta del portal de la casa está abierta. Guille lo atraviesa y
decide subir por las escaleras hasta el piso. Nota el latido de su corazón por
todo su cuerpo, siente como le sudan las manos y su respiración se vuelve más
fuerte y rápida. Cada peldaño que sube, su nudo de la garganta se hace más
fuerte y le cuesta tragar. Sabe que esta
tarde será dura para ambos y, seguramente, acompañe a Andrea en sus lágrimas. No
va a poder evitarlo.
Termina de subir el último tramo de escaleras, hasta su destino, con las
piernas temblorosas. Camina hasta la puerta y respira hondo. Dispuesto a llamar
al timbre de la casa, levanta el brazo y ve como la mano le tiembla como nunca
antes lo había hecho. Por fin, pulsa el botón de timbre y suena una música de
cascabeles que, aunque sea relajante el escucharla, a Guille solo le pone más
nervioso. Ha llegado el momento. Se lo juega todo a una carta y sabe que tiene
todas las de perder en esta partida.
La puerta se abre dejando a la vista a una jovencita de pelo rubio como
el oro y baja estatura.
-¡Guille!- exclama ella sonriente. No sabe la que le viene encima.
El joven no la saluda, se deja caer sobre ella abrazándola realmente fuerte,
intentando mantenerla siempre a su lado, junto a él. Pero no es posible, su
madre ha hecho, con su malicia, que no lo sea. Que su relación con Andrea tenga
un fin tan próximo que ya están viviendo en él.
-Perdóname- intenta hablar él. Nota como las lágrimas comienzan a caer
pos su aniñado rostro. Al parecer, él ha sido el primero en derrumbarse. No va
a evitar hacerlo- Andrea, perdóname, por favor.
-Guille, ¿qué es lo que pasa?- dice ella asustada- ¿Por qué lloras?
Ella se separa de ese abrazo y pasa sus dedos por las mejillas del
joven, que no deja de sujetarla por la cintura.
-Me voy, Andrea.
Ella lo mira incrédula. ¿Qué quiere decir?
-Vamos, pasa y cuéntame qué te ocurre.
De la mano, entran en el salón comedor de la casa. Andrea nota como la
mano de Guille oprime la suya, temblorosa.
Juntos se sientan en el sofá. Guille sigue sin soltar las manos de la
muchacha.
-Me voy, Andrea- le vuelve a repetir el joven- Me voy a un internado de
Galicia cuando terminen las vacaciones de Navidad.
Y rompe a llorar dejando a Andrea petrificada con los ojos mirando a la
nada.
-Mi madre me lo ha dicho antes de venir aquí. Tenía que contártelo.
-Pero no, no puedes irte. ¿Por qué?
-Mi madre se ha enterado de lo nuestro, por culpa de Cristian. Ella entró
a mi habitación y husmeó allí sin permiso, encontrando los papeles de la
estrella que te regalé y unos mensajes nuestros de esa misma tarde. Buscó en mi
lista de contactos el nombre de Cristian y le llamó para que nos buscase y nos
hiciera unas fotos para afirmar si era cierto lo nuestro. Cristian nos encontró
y le dio las pruebas a mi madre a cambio de dinero. A raíz de eso, mi madre
localizó un internado en Galicia para enviarme allí… la solicitud fue aceptada.
Y ha hecho todo esto para evitar que yo te vuelva a ver.
No ha sido capaz de mirar a los ojos azules de la joven cuando le ha
relatado toda la historia.
-Te juro que si vuelvo a ver a Cristian se arrepentirá de la que ha
hecho- dice Guille con voz firme. No se esperaba esta de aquel a quien le dijo
amigo tantas veces. Marcos tenía razón, ha cambiado y ya no volverá a ser el
mismo. Se ha cargado su amistad con Guille.
-No hagas nada, Guille- le dice Andrea con ojos vidriosos, está siendo
fuerte, pero Guillermo sabe que no tardará en romper a llorar. La situación
está pudiendo con ella aunque no quiera mostrarlo. –Tienes que irte a ese
internado. Ya sabes que yo nunca le caí muy bien a tu madre y se deseo es
mantenerte lejos de mi.
-¡Pero no es el mío, Andrea!
-¡Ni el mío! ¡Pero no podemos hacer nada!- grita ella y, esta vez, sin
reprimir las lágrimas.
-No quiero perderte- le dice él volviendo a agarrar sus manos.
-Y no lo harás. Aún tenemos unos días hasta que te vayas- se le quiebra
la voz al decir esa última palabra- aprovechémoslos al máximo, por favor. Solo te
pido eso, Guille. No quiero pensar en el futuro que nos espera, quiero vivir
cada segundo del presente contigo en estos días.
-Siempre los vivirás, no dejaré que te separes de mi, ¿entendido?
Andrea asiente y se acerca hasta la boca de Guille para besarle. Las pocas
fuerzas que le quedan las gasta en ese beso salado por culpa de las lágrimas,
pero no tan amargo como puede ser el último beso que se den antes de la marcha
de Guille. Pero, como ha dicho ella, el presente solo dura unas milésimas de
segundo y no piensan desperdiciarlas.